Pese a los intentos de Ernesto Valverde en espantar cualquier tipo de euforia, en el ánimo 'culé' se respiraba optimismo desde en el mismo momento en el que el sorteo emparejó a Roma y Barcelona.
No se libra el aspecto mediático: el análisis previo indicaba que al Barcelona le había tocado el rival más amable de los posibles. Ni Bayern, ni Juventis, ni Madrid, ni Sevilla, ni Liverpool o City... Al Barça le tocó un equipo que ni siquiera aspiraba al 'Scudetto'.
El 4-1 de la ida resultó ser un espejismo: el Barça mostró una versión discreta, pero consiguió una gran ventaja al optimizar todos los fallos del rival. La Roma llegó a meterse dos goles en propia puerta. El Olímpico abofeteó al Barcelona. Un baño de realidad.
Desde el minuto uno, la Roma anuló al Barça. Le embotelló en su área, desconectó a Leo Messi y provocó el pánico entre los centrales 'culés'. Fue derrota del Barça, pero también victoria de la Roma. Méritos y deméritos por igual.
En el debe del Barça, la no aparición de Leo Messi, cuya temporada estaba siendo sobresaliente; el mal momento de forma de Iniesta o Umtiti; y la nula reacción de Valverde desde el banquillo. Para colmo, Busquets jugó tocado físicamente.
Con la versión terrenal de Messi, el conjunto azulgrana no emitió ninguna señal positiva en suelo italiano. Ni siquiera logró empequeñecer al rival ni tampoco logró exhibir la solidez mostrada en lo que va de curso.
Sin defensa, sin actuaciones al nivel exigido, sin Messi... Apagón inoportuno, fiasco absoluto. LaLiga está enderezada y espera la final de Copa, pero ya van demasiados años sin brillar en la Champions: eliminados en cuartos por tercera vez seguida.