Con la guerra fría a punto de derretirse, el Mundial llegó a Europa tras la experiencia en Brasil. Suiza tuvo tiempo para construir estadios y prepararse para la cita que ayudaría a ofrecer una imagen de normalidad en un Viejo Continente que intentaba levantarse de la devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial. La cita dio para mucho desde la fase de clasificación y se guardó la mayor sorpresa para el final. Alemania (dividida en dos selecciones: la Occidental, que sí se clasificó y la del Sarre, que no lo hizo y no volvió a competir) regresaba a una Copa del Mundo intentando apoyarse en el deporte para dejar atrás el estigma del nazismo.
Tras el Maracanazo de Uruguay, los charrúas se decidieron a cruzar el charco para disputar su primer Mundial en Europa y defender la corona que le designaba como la mejor selección del mundo y de la historia, con dos entorchados y dos oros olímpicos. 16 equipos consiguieron el billete a Suiza, aunque en la fase de clasificación, que se iba perfilando y ganando en profesionalidad y organización, destacó lo ocurrido entre Turquía y España. Ambas se jugaban el pase y acabaron empatando en el global de la eliminatoria tras disputar los dos encuentros. En esa época, sólo valían las victorias y no la diferencia de goles. España goleó 4-1 en Madrid y perdió 1-0 en Estambul. Tocaba ir al desempate. Hasta ahí todo normal.
El esperpento del 'bambino' inocente
El duelo se jugó en Italia y acabó con empate a dos, incluso después de una intensa prórroga. La situación puso en un brete a la FIFA, que no había contemplado un caso así y todavía no había descubierto la definición de eliminatorias por penaltis, algo que llegaría más adelante. Basándose en su extraño e incompleto reglamento, cogió a un niño de 10 años, metió dos papeletas en una urna y dejó que la mano inocente de Franco Gemma decidiera. En uno de los actos más surrealistas de la historia de los Mundiales, el 'bambino' sacó la papeleta de Turquía y dejó a España, que venía ser cuarta en Brasil, fuera de la cita de Suiza.
Solventado ese problema, ya estaban los 16 participantes preparados para afrontar la quinta edición de la Copa del Mundo: Alemania Federal, Austria, Bélgica, Brasil, Checoslovaquia, Corea del Sur, Escocia, Francia, Hungría, Inglaterra, Italia, México, Suiza, Turquía, Uruguay y Yugoslavia. Los escoceses debutaban en una cita tras renunciar de forma honorable a la anterior. El cartel de favorito lo llevaba colgado Hungría desde que se proclamó campeón olímpico en 1952 y después de convertirse en la primera selección no británica que ganaba en Wembley a los ingleses con un contundente 3-6. Una generación gloriosa (Puskas, Kocsis, Czibor, Toth...) que campaba por el mundo arrasando rivales, y se plantaba en Suiza para intentar hacer historia en una nación que intentaba olvidar el horror de la guerra.
Más inventos en el formato... y la llegada de la TV
El de Suiza fue el primer Mundial retransmitido por la televisión, hasta para ocho países. Para esta ocasión, se mantuvo la fase de grupos, pero se optó por eliminatorias posteriores, abandonando el invento visto en Brasil que no convenció demasiado a los organizadores. Pero el apartado de novedades no se quedaría ahí. Propusieron que cada grupo tuviera dos cabezas de serie y que estos no se enfrentaran entre sí. La decisión fue personal y sin ningún tipo de baremo. De esta forma, dos equipos se clasificaban en cada grupo para conformar unos cuartos de final.
Esto provocó algunas situaciones extrañas que obligaron a no repetir el esperpento. Brasil y Yugoslavia llegaron a la última jornada sabiendo que un empate les clasificaba a los dos y lo firmaron (1-1) de forma bastante socarrona para dejar fuera a Francia, que no pudo enfrentarse a los brasileños por ser ambos cabezas de serie. Sin duda, uno de los primeros 'biscottos' mundialistas de la historia.
El primer 'biscotto', la generación dorada y una batalla campal en Berna
Hungría arrasó de forma sideral en su grupo, tal y como se esperaba. 9-0 a Corea y 7-3 a Alemania Federal, que se ganó el pase con Turquía en el desempate, tras empatar ambas a puntos. Kocsis, con cuatro goles ante los alemanas, se convirtió en el tercer jugador que lograba firmar un póker en la historia de los mundiales. Uruguay y Austria pasaron en su grupo sin contemplaciones, mientras que Inglaterra alcanzaba sus primeros cuartos de final y Suiza dejaba fuera a una Italia que acumulaba su segundo desastre consecutivo.
Los cuartos de final no sonrieron mucho a los brasileños, que se fueron a casa en su primer Mundial de amarillo tras perder ante Hungría (4-2). El partido fue durísimo, tanto que se recordó como la batalla de Berna por la cantidad de lesionados que se produjeron durante el encuentro. Tres expulsados y una trifulca final que acabó con un botellazo de Púskas a un brasileño, un jugador húngaro inconsciente y el entrenador con cuatro puntos de sutura en la cabeza. El talento magiar no escondía su capacidad para lidiar con este tipo de envites. "Jamás en mi vida vi tantas entradas arteras", llegó a escribir el corresponsal inglés de aquel partido.
Resulta curioso que hasta esa fecha, cada Mundial contenía un partido que era recordado como una batalla por la dureza del encuentro. No fallaba... En ese duelo, un doblete del sobresaliente Kocsis mandó a la lona a los brasileños, que seguían sin olvidar el Maracanazo de hace cuatro años. Uruguay, aún con retales de su éxito anterior, alcanzó la semifinales tras liquidar a Inglaterra por otro 4-2, sumando otro fracaso para el país que había profesionalizado el fútbol. Austria acabó con la anfitriona para convertir esos cuartos de final en uno de los más goleadores de siempre (7-5) tras un partido tremendo de ida y vuelta.
En las semis, Hungría hizo claudicar al campeón (4-2) en la prórroga. Los charrúas habían conseguido empatar el encuentro con dos goles de Hohberg en los minutos finales, pero Kocsis apareció en la prórroga para acabar con sus esperanzas de revalidar título. Curiosamente, esa fue la primera derrota de Uruguay en la historia de la Copa del Mundo. Llegó tras tres participaciones, no esta mal... En la otra semifinal, Alemania logró deshacerse de Austria y se coló inesperadamente en la final, donde se repetiría el duelo de la fase de grupos, que había acabado con un claro 7-3 a favor de los magiares.
¿El milagro de Berna... o de Adidas?
Y si Berna había acogido una batalla en cuartos, en la final le tocó presenciar un milagro. El favoritismo húngaro era evidente (4 años y 33 partidos sin perder asustaban a cualquiera) y a los ocho minutos de la final el cuadro magiar ya campeaba en el marcador con un 2-0, obra de Puskas y Czibor. Serio correctivo de arranque ante un equipo alemán que tenía un as guardado en la manga tras haber jugado con suplentes el primer duelo entre ambos. Supieron reaccionar pronto y empatar antes del descanso gracias a Morlock y Rahn. La intensa lluvia cambió el marco del partido y los alemanes (con unas botas especiales creadas por el fundador de Adidas, Adi Dassler, que ofrecían un mayor agarre en ese tipo de circunstancias) se aferraban al partido con uñas y dientes. La superioridad técnica de los húngaros no se pudo ver reflejada ante el estado del terreno de juego, que favoreció claramente al equipo rival. Alemania se dio cuenta y supo ir llevando el partido a su terreno hasta encontrar el gol de la victoria a seis minutos del final. Rahn culminó el conocido como milagro de Berna (que aún tiene su recuerdo en el estadio Waankdorf con una foto de aquel marcador) para darle a Alemania su primera Copa del Mundo y dejar sin premio a la generación dorada húngara.
Todo salió tal y como lo había planeado Sepp Herberger, entrenador alemán. "Si el domingo hay sol, vamos a perder, son mejores que nosotros, pero si llueve, eso nos dará la ventaja, ahí aparecerá Fritz Walter y ahí tendremos una verdadera posibilidad", había afirmado antes del encuentro. Walter era como ese ciclista que rinde mejor bajo la lluvia, se crecía en circunstancias adversas. Y así ocurrió en la final. Además, los húngaros llegaron al partido clave con Puskas tocado, lesionado en el primer duelo ante Alemania por un entradón durísimo de Liebrich, y cansados tras la batalla contra Brasil y la prórroga ante Uruguay. La lluvia, la astucia de Herberger, el partidazo de Turek bajo palos, los dos largueros y los goles de Rahn hicieron el resto. Para colmo, a Puskas se le anuló un gol ya con 3-2 en el marcador y en una de las últimas jugadas del partido, que se habría ido a la prórroga. El mundo parecía conspirar contra aquella Hungría, que fue mejor y perdió. Aun así, fueron recibidos como héroes en su país.
El Mundial que más goles ha promediado en la historia acabó con sorpresa en la final. Un adiós inolvidable para la edición de Suiza, que asentaba la Copa del Mundo como uno de los eventos deportivos más esperados del planeta. Y en el horizonte ya aparecía Suecia, cita y país que coronarían a uno de los mejores jugadores de la historia.