Desde 2015 no se veía en Mestalla al verdadero Valencia. Sí, un equipo que vestía de blanco y negro, a veces de naranja, jugaba en el feudo 'che', pero esa escuadra que dirigieron Neville, Prandelli, Ayestarán y Voro no era el Valencia.
El Valencia es esto. Es el recibimiento masivo al equipo por parte de hinchas 'che' en las inmediaciones de Mestalla. Es la pasión, el salir mirando a portería desde el primer minuto, aun teniendo delante a un rival directo. Es el saber sufrir, sólo cuando toca. La sed de sangre de Zaza, la insistencia de Soler y las mordidas del vampiro Guedes.
Y no, no jugó solo el Valencia. En frente tuvo a un Sevilla de Berizzo que, si bien no mereció puntuar, tampoco recibir cuatro goles. Pero este escuadrón de Marcelino es así. Dispara antes de preguntar. Aplasta antes de recibir la más mínima amenaza.
La tónica del partido quedó clara desde el pitido inicial. Dos equipos con hambre de puntos pero con realidades bastante distintas. El Sevilla llegaba de encajar 5 goles en Rusia y el Valencia aún no sabe lo que es perder en esta edición de Liga. Y, aunque sobre el papel la diferencia entre equipos no debería ser demasiada, sobre el campo se vio un auténtico baño.
Bailó Valencia en su estadio tras una primera media hora algo bronca. Ocasiones por igual, contras peligrosas del Sevilla frente al dominio 'che'. Una situación que desequilibró Guedes con uno de los goles de lo que llevamos de temporada antes del descanso. Dos quiebros, uno de ellos a un Kjaer que firmó un partido para olvidar, antes de colocar el balón, con una dureza inusual, en la escuadra izquierda de Sergio Rico.
El gol espejo
La obra de arte de Guedes, además de para inaugurar el marcador, valió para que cada equipo se mirara en ella. El Valencia vio a un equipo con ganas de ganar y hacer que su afición siga soñando. El Sevilla, antipático, se vio como aquel equipo que se fue goleado de Moscú. Y esto dejó el camino asfaltado para el trascurso esperado en la segunda mitad.
El de siempre, Zaza, y otra vez Kjaer, se dieron la mano para colocar el 0-2 poco después de saltar al terreno de juego tras el paso por vestuarios. Llegó el reinado del terror del Valencia, que se gustaba cada vez más.
Pero a los de Marcelino también les tocó sufrir, porque eso también es el Valencia. Aguantaron el último impulso, con más corazón que puntería, del Sevilla justo antes de dar el toque de gracia, que llegó por partida doble. A cinco minutos del final, Santi Mina culminó una contra que se repetiría en el 90 para que Guedes, el absoluto protagonista, firmara su doblete.
Tras el 3-0, Mestalla se fundió en una sola garganta. Tras tanto sufrimiento, la afición volvió a disfrutar. Porque 50.000 personas saltando y festejando un baile de tal calibre también es el Valencia.