El otoño llegó a España el pasado viernes, pero aquí nada ha cambiado. Este Betis no es un amor de verano que se esfuma con con los meses. La magia sigue reinando en heliópolis. Ni los 12 puntos ni la victoria en el Bernabéu fueron casualidad. Setién conoce muy bien el barco que maneja.
Con un Villamarín repleto, como en las grandes noches, el Betis fue imparable. Delante tenía a un rival directo que puso las cosas difíciles en la primera parte pero que se derrumbó en cuanto se abrió la caja de pandora hispalense. Una vez llegado el primero, obra de un Sanabria que sigue en racha, sólo se vio al cuadro de Setién sobre el campo.
Costó, pero sólo 45 minutos. Se vio poco fútbol en la primera mitad. Dominios yermos, transiciones largas y pocos acercamientos peligrosos. Avisó un par de veces Sergio León, avisó de lo que vendría tras el paso de vestuarios. Y cumplió con su palabra.
La magia, cocida a fuego lento
Murió la esteril primera parte y el Betis envenenó su línea delantera en el vestuario. Salió otro equipo por los túneles del Villamarín. Salió el Betis de las cuatro victorias. El que apasiona y hace soñar a cualquiera que pase vestido de verdiblanco por el Paseo de La Palmera.
Guardado llevó la batuta, Sergio León puso la insistencia, Joaquín el temple y el arte y Sanabria la dinamita. El paraguayo culminó una jugada mágica al contraataque para abrir la lata y cerró la goleada en el último suspiro, para que los béticos se fueran con un mejor sabor de boca. Pero entre medias pasaron cosas.
Cosas mágicas en el bando local como el gol de Fabian, firmado por la pasividad del centro del campo 'granota', y el premio a la perseverancia que recibió Sergio León al rematar a placer un pase de la muerte de Durmisi. Pero el mayor trofeo se lo llevó el Betis. Importan los tres puntos, pero lo más representativo fue la manera de ganarlos.